miércoles, 1 de junio de 2011

A nuestro querido José Hidalgo.

La primavera, trazándole un impensable camino etéreo a la ciudad, como una avenida vertical. Entonces siempre volvía al espejismo de esa estación alumniable, recurso de poetas y humanos en general. Aquella primavera fue el inicio de nuestro amor.
Antes te había conocido en la Bodega Gonzalez, sentado a la mesa del rincón, la que reservaba el que llegaba primero. Estabas con Santiago, que hacía de nuevo salvaje urbano, con una corbata de su padre, grande y escarlata, enroscada al cuello como un fular y una enorme camisa blanca, con los faldones colgándole fuera del pantalón, casi hasta las rodillas, como el hábito de un niño o de un loco.
Tú sonreías ante su provocación desnuda e infantil y le hablabas como un padre, entre severo e irónico, mientras saboreabas los tragos de mistela.
Disertabas con la mano alzada y el brillo de tus grandes ojos negros bajo el cabello rizado. Luego vino más gente, Tony, que habló de películas y fotonovelas y Malena hizo su ruidosa entrada, entre besos y guiños y estremecidos balidos de satisfacción y todos pedimos más botellas y hablábamos por parejas en la confusión general. Santiago se dejaba calmar por tu facundia: "Eso está muy bien, Luis; déjame que te haga una paja". Malena haciéndose unos canutos a escondidas de los camareros y Tony desgranando cansinamente sus sueños en technicolor...

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