jueves, 2 de junio de 2011

José Hidalgo, La Masvida, V.

Luis se afeitó la barba en el lavabo. Me enseñó la Biblia, en cuya portada se leía: "Familia Martínez". "En la Biblia hay historias cantidad de morbosas", me decía, "incestos, violaciones y todo eso". En el cuartel leía el Libro de Job, tal vez para aprender paciencia. No sentía deseos de ver a sus padres aún y acordamos que pasara conmigo su periodo de readaptación a la vida civil. Escuchamos música de la colección de discos clásicos que tenía mi hermano.Yo puse en el tocadiscos el Requiem alemán de Brahms. Viendo en la carpeta la foto de una cabeza de estatua griega, me dijo: "Tiene cara de muerta".
Mientras sonaba la música dulzona y un poco grandilocuente de Brahms Selig sind die da Leid tragen... contemplábamos aquella cabeza de piedra, juntando las nuestras. Imaginábamos cómo podría ser un sentimiento de la muerte, una embriaguez como la que expresaba aquel rostro: sus ojos, cerrados sobre un infinito olvido, sus labios, henchidos de un dulce brebaje. A pesar de todo hermoso. Mientras, el golpe de los timbales subrayaba el aniquilador mensaje cantado por el coro: "Denn alle Fleisch ist wie ein Grass", tan sombrío y convincente que la dulzura lírica del aria del soprano que venía después: "Ich will euch trösten wie einem seine Mutter tröstet", sonaba como una improbable promesa, una flor artificial en aquel profundo valle... ¿Cómo podía uno ser consolado en brazos de la muerte, como lo puede hacer una madre? Aquella nana de la muerte era densa y profunda, envolvente y hacía a uno pensar en dejarse llevar hasta más allá del punto de retorno y de todo anhelo, incluido el del consuelo...
Pero éramos jóvenes entonces, y podíamos convocar un sentimiento y dispersarlo acto seguido. Aquello no pasaba de ser un punto más en el coqueteo con las sensaciones, un acercamiento más en la búsqueda de la embriaguez, afloramiento puramente teórico de un deseo de muerte, tal el expresado por un verso de Rimbaud: "Mourir aux fleuves barbares...", que sólo se distinguía en su superficie del deseo de la vida.

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