lunes, 30 de mayo de 2011

Más allá de la realidad cotidiana.

Mi primera sesión con LSD-25 cambió completamente el rumbo de mi vida personal y profesional. Esa experiencia, durante la cual tropecé directamente con mi inconsciente, eclipsó de inmediato todo mi interés previo por el psicoanálisis freudiano. Ante mí se desplegó un fantástico desfile de coloridas visiones, unas abstractas y geométricas y otras plenas de significado simbólico. En esa ocasión experimenté tantas emociones y con tal intensidad que jamás antes hubiera siquiera soñado que fuera posible.
Esa primera experiencia con LSD-25 formaba parte también de un experimento que trataba de determinar el efecto de las luces destellantes en el cerebro. Acepté, pues, permanecer conectado a un electroencefalógrafo que registraba mis ondas cerebrales mientras centelleaban ante mí luces de diferentes frecuencias.
Durante esta fase del experimento me sentí sobrecogido por una luz semejante al epicentro de una explosión atómica, posiblemente la misma luz sobrenatural que aparece en el momento de la muerte de la que hablan las antiguas escrituras orientales. Esta luz me catapultó fuera de mi cuerpo y mi conciencia pareció expandirse hasta alcanzar dimensiones cósmicas y perdí toda noción del investigador, del laboratorio y de cualquier otro detalle relativo a mi vida como estudiante en Praga.
Súbitamente me encontré en medio de un drama cósmico que trascendía -con mucho- mis más descabelladas fantasías. Experimenté el Big Bang, atravesé agujeros negros y agujeros blancos ubicados en los confines del universo y mi conciencia se transformó en supernovas, pulsars, cuasars y todo tipo de fenómenos cósmicos.
No tenía la menor duda de que estaba experimentando algo muy similar a las experiencias de "conciencia cósmica" de las que hablan las grandes escrituras místicas del mundo. Los tratados de psiquiatría suelen calificar a estos estados como graves manifestaciones patológicas pero yo sabía que la experiencia no era el resultado de una psicosis inducida por la droga sino el vislumbre de un mundo que trascendía la realidad cotidiana.
Hasta en los momentos más dramáticos y contundentes de la experiencia me daba cuenta de la ironía y la paradoja de la situación. Lo divino se había manifestado en mi vida en el moderno laboratorio de un país comunista, en medio de un experimento con una sustancia sintetizada en un tubo de ensayo de un químico del siglo XX.
Salí de esta experiencia profundamente conmocionado. En esa época todavía ignoraba que cualquier ser humano tiene la posibilidad de acceder a la experiencia mística. En consecuencia, atribuí mi experiencia a los efectos de la droga. De lo que no tenía la menor duda era de que esa sustancia era "el camino real al inconsciente" y, por tanto, creí que podía salvar el abismo existente entre la brillantez teórica del psicoanálisis y su falta de eficacia terapéutica, y llegué a la conclusión de que el análisis combinado con el LSD podía profundizar, intensificar y acelerar el proceso terapéutico.
En los años siguientes comencé a trabajar en el Instituto de Investigaciones Psiquiátricas de Praga y pude dedicarme a estudiar los efectos del LSD en pacientes con diversos trastornos emocionales, en profesionales de la salud mental y en artistas, científicos y filósofos que estaban seriamente interesados en someterse a la experiencia. De este modo, la investigación profundizó mi comprensión sobre el psiquismo humano, aumentó mi creatividad y facilitó el proceso de solución de problemas.
Durante la primera fase de mi investigación, la exposición cotidiana a experiencias que resultaban inexplicables según mi viejo sistema de creencias fue socavando lentamente mi antigua visión del mundo y la contundente influencia de la experiencia fue transformando gradualmente mi visión atea del mundo en una actitud profundamente mística. De este modo, el examen minucioso de los datos de la investigación iba consolidando poco a poco los atisbos que había vislumbrado en mi propia experiencia de conciencia cósmica.
Las sesiones de psicoterapia asistida con LSD me permitieron advertir la presencia de una pauta sumamente singular. Con dosis medias o bajas los sujetos se limitaban a revivir las experiencias de su infancia y de su adolescencia. Sin embargo, cuando la dosis aumentaba o la sesión se repetía, todos los pacientes iban más allá del dominio biográfico propio del psicoanálisis freudiano y experimentaban fenómenos notablemente similares a los descritos en los antiguos textos espirituales de las tradiciones orientales. Esta situación resultaba particularmente curiosa porque la mayor parte de los sujetos carecía de todo conocimiento previo sobre las filosofías espirituales orientales y yo no les había anticipado, en modo alguno, que la experiencia podía facilitarles la posibilidad de acceder a tales dominios.
Mis clientes experimentaban la muerte y el renacimiento psicológico, la unidad con toda la humanidad, la naturaleza y el cosmos. Hablaban de visiones de deidades y demonios y visitaban reinos mitológicos procedentes de culturas diferentes a la suya. Algunos decían haber experimentado "vidas pasadas" cuya exactitud histórica fue confirmada posteriormente. En las sesiones más profundas veían personas, lugares y objetos con los que jamás podían haber estado en contacto, es decir, tenían ciertas experiencias que nunca antes habían leído, visto o escuchado.
Esta investigación fue una fuente inagotable de sorpresas. Yo había estudiado religiones comparadas y tenía cierto conocimiento intelectual de este tipo de experiencias. Sin embargo, jamás hubiera sospechado que los antiguos sistemas espirituales dispusieran de una cartografía tan desconcertantemente exacta de los diferentes niveles y tipos de experiencias que se manifiestan en los estados no ordinarios de conciencia. Estaba maravillado por su contundencia, por su autenticidad y por su capacidad para transformar la visión que las personas tenían sobre su vida. Hablando francamente, eran tiempos en los que me sentía incómodo y temía enfrentarme a hechos para los cuales carecía de explicación racional y que socavaban mi sistema de creencias y mi visión científica del mundo.
Pero a medida que iba familiarizándome con las experiencias, fui aceptando también que todo lo que ocurría eran manifestaciones normales y naturales de las regiones más profundas del psiquismo humano. Cuando el proceso trascendía el material biográfico procedente de la infancia y de la adolescencia y las experiencias comenzaban a penetrar en los dominios más profundos del psiquismo humano -con todos sus matices místicos- sus consecuencias terapéuticas excedían con mucho lo que yo conocía. En tales casos, síntomas que habían resistido meses, e incluso años, a otros tratamientos se desvanecían poco después de que los pacientes atravesaran una experiencia tal como la muerte y el renacimiento psicológico, una visión arquetípica o una secuencia de lo que ellos mismos describían como recuerdos de vidas anteriores.

                                                            Stanislav Grof, La mente holotrópica.

domingo, 29 de mayo de 2011

Mente y cosmos.

La holografía es un proceso fotográfico que utiliza un rayo láser de luz coherente (de la misma longitud de onda) para construir imágenes tridimensionales en el espacio. Un holograma -al que podríamos comparar con la diapositiva que nos permite proyectar una imagen- es el registro de una pauta de interferencia entre dos mitades de un rayo láser. Después de que el haz del láser sea dispersado por un espejo parcialmente azogado, una parte de él (denominada haz de referencia) es dirigido hacia la emulsión del holograma y la otra mitad (denominada haz del objeto) se refleja hacia la película desde el objeto fotografiado. Lo curioso es que la información procedente de los dos rayos, indispensable para reproducir una imagen tridimensional, permanece "plegada" y distribuida por todo el holograma, y que podemos dividir el holograma en tantas partes como queramos y descubrir que, al iluminar cualquiera de los fragmentos, cada uno de ellos "despliega" una imagen tridimensional de la totalidad.
El descubrimiento de la holografía se ha convertido en un elemento fundamental de la visión científica del mundo. El eminente físico teórico David Bohm, por ejemplo, antiguo colaborador de Einstein, se inspiró en la holografía para crear un modelo del universo que englobara las múltiples paradojas de la física cuántica. Según Bohm, el mundo que percibimos a través de los sentidos y el sistema nervioso, con o sin ayuda de instrumentos científicos, sólo representa un pequeño fragmento de la realidad. Desde su punto de vista, lo que nosotros percibimos constituye el "orden desplegado" o "explicado", un aspecto parcial de una matriz mayor a la que denomina "orden implicado" o "plegado". En otras palabras, lo que nosotros percibimos como realidad es similar a la proyección de una imagen holográfica procedente de una matriz superior. Por consiguiente, la visión de Bohm del orden implicado (similar al holograma) describe un nivel de la realidad inaccesible a nuestros sentidos y al escrutinio directo de la ciencia.
Bohm dedica dos capítulos de su libro La totalidad y el orden implicado a la visión que nos ofrece la física moderna sobre las relaciones existentes entre la conciencia y la materia. Según Bohm, la realidad es una totalidad completa y coherente que está implicada en un proceso interminable de cambio denominado holomovimiento. Desde este punto de vista, todas las estructuras estables del universo no son más que meras abstracciones. Es por ello que, por más esfuerzos que dediquemos a describir los objetos, las entidades o los eventos, tendremos que terminar admitiendo que todos ellos se derivan de una totalidad indefinible e incognoscible. Así pues, en este mundo en el que todo está en un flujo incesante de cambio, la utilización de sustantivos para tratar de describir lo que ocurre no hace más que confundirnos.
Según Bohm, la teoría holográfica ilustra la idea de que la energía, la luz y la materia están compuestas por pautas de interferencia que portan información sobre todas las otras ondas de luz, energía y materia con las que, directa o indirectamente, han entrado en contacto. Así, cada fragmento de energía o de materia constituye un microcosmos que encierra a la totalidad. No deberíamos, pues, seguir considerando la vida en términos de materia inanimada. La materia y la vida -como la materia y la conciencia- son abstracciones del holomovimiento, es decir, abstracciones de una totalidad indivisa de la que nada puede separarse.
Bohm nos recuerda que hasta el mismo proceso de abstracción mediante el cual creamos la ilusión de separación de la totalidad es, en sí mismo, una expresión del holomovimiento. Cualquier percepción y cualquier conocimiento -incluido el quehacer científico- no constituyen una reconstrucción objetiva de la realidad sino una actividad creativa comparable a la expresión artística. No podemos medir la verdadera realidad porque la realidad es esencialmente inconmensurable.
El modelo holográfico nos brinda una posibilidad revolucionaria para comprender las relaciones existentes entre las partes y el todo. Más allá de la lógica limitada del pensamiento tradicional, la parte deja de ser un fragmento de la totalidad para contener y reflejar -bajo ciertas circunstancias- la totalidad. Los seres humanos no somos entidades newtonianas insignificantes y aisladas sino campos integrales del holomovimiento, es decir, somos un microcosmos que contiene y refleja al macrocosmos. Si esto es cierto, cada ser humano tiene la posibilidad de expandir sus capacidades mucho más allá del alcance de sus sentidos y llegar a experimentar, de manera directa e inmediata, todas las facetas del universo.
Existen muchos paralelismos interesantes entre la visión de la física de David Bohm y la visión de la neurofisiología de Karl Pribram. Después de varias décadas de investigación y experimentación, esta neurociencia mundialmente reconocida ha llegado a la conclusión de que ciertas paradojas desconcertantes relacionadas con el funcionamiento cerebral sólo pueden explicarse recurriendo a los principios holográficos. El revolucionario modelo cerebral de Pribram y la teoría del holomovimiento de Bohm tiene profundas implicaciones para la nueva comprensión de la conciencia humana que recién estamos comenzando a trasladar al nivel personal.

                                                               Stanislav Grof, La mente holotrópica.

Padre e hijo.

Siddharta entró en la habitación donde se encontraba su padre sentedo encima de una estera de esparto; se colocó tras él y aguardó hasta que se diera cuenta de que alguien se hallaba a sus espaldas.
El brahmán preguntó:
-¿Eres tú, Siddharta? Pues manifiesta lo que has venido a decirme.
Empezó Siddharta:
-Con tu permiso, padre. He venido a comunicarte que deseo abandonar mañana tu casa para irme con los ascetas. Mi deseo es convertirme en un samana. Espero que mi padre no se oponga.
El brahmán quedó en silencio y permaneció así tanto tiempo que, por la pequeña ventana, pasaron las estrellas y cambiaron su figura antes de que se rompiera el silencio de aquella habitación. Callado y sin moverse se hallaba el hijo, con los brazos cruzados; callado y sin moverse el padre seguía sentado sobre la estera. Y las estrellas pasaban por el cielo. Entonces declaró el padre:
-No es conveniente que un brahmán pronuncie palabras violentas y furiosas. Pero la indignación estremece mi alma. No quiero oír de tu boca este deseo por segunda vez.
Lentamente se levantó el brahmán. Siddharta continuaba callado, con los brazos cruzados.
-¿Qué esperas?- preguntó el padre.
Siddharta contestó:
-Tú ya sabes.
Buscó su cama y se tendió lleno de ira.
Después de una hora, el sueño no había conseguido cerrarle los ojos, se levantó el brahmán, paseó de un lado a otro y por fin salió de la casa. A través de la pequeña ventana de la habitación miró hacia el interior y vió a Siddharta en el mismo sitio, con los brazos cruzados. Pálido, con su clara túnica reluciente. El padre regresó a su lecho con el corazón intranquilo.
Después de una hora sin conseguir conciliar el sueño, se levantó otra vez, paseó de un lado a otro, salió de la casa y observó que la luna había salido. A través de la ventana de la alcoba contempló el interior; y allí se encontraba Siddharta sin haberse movido, con los brazos cruzados, con la luz de la luna reflejándose en sus desnudas piernas. Con el corazón abrumado, regresó a su cama.
Y volvió después de una hora, de dos horas; miró a través de la pequeña ventana y vió a Siddharta a la luz de la luna, de las estrellas, en la oscuridad. Y lo repitió a cada hora, en silencio; miraba hacia la alcoba y veía que Siddharta no se movía. Su corazón se llenó de ira, se colmó de intranquilidad, se saturó de miedo, se nutrió de pena.
Y en la última hora de la noche, antes de que empezara el día, regresó; entró en el cuarto y observó al joven, que le pareció más alto, como un extraño.
-Siddharta -invocó-. ¿Qué esperas?
-Tú ya sabes.
-¿Te quedarás siempre así y aguardarás hasta que se haga de día, hasta el mediodía, hasta la noche?
-Me quedaré así y esperaré.
-Te cansarás, Siddharta.
-Me cansaré.
-Te dormirás, Siddharta.
-No me dormiré.
-Te morirás, Siddharta.
-Me moriré.
-¿Y prefieres morir antes que obedecer a tu padre?
-Siddharta siempre ha obedecido a su padre.
-Así, pues, ¿deseas abandonar tu idea?
-Siddharta hará lo que su padre le diga.
La primera luz entró en la habitación. El brahmán vio que las rodillas de Siddharta temblaban. Sin embargo, en el rostro de su hijo no vio ninguna duda, sus ojos miraban hacia muy lejos. Entonces el padre se dió cuenta de que Siddharta ya desde ahora no se hallaba a su lado, en su tierra. Ahora ya le había abandonado.
-Irás al bosque -dijo-, y serás un samana. Si encuentras la bienaventuranza en el bosque, regresa y enséñamela. Si hallas el desengaño, vuelve y de nuevo sacrificaremos juntos a los dioses. Ahora ve, besa a tu madre y dile adonde vas. Ya es mi hora de ir al río, a efectuar la primera ablución.
Retiró la mano del hombro de su hijo y salió.
                                                   Hermann Hesse, Siddharta.

Madre e hijo.

La madre de un "paciente" mío sospechaba que éste vivía maritalmente con una muchacha, y le pregunta del siguiente modo: "Dime si vives con... Si es verdad, me darás un gran disgusto".
Observemos con algún detenimiento las implicaciones de este mensaje.
a) Una persona significativa -la madre- pregunta a su hijo algo. Hay toda una serie de vivencias no verbalizadas que se producen por el mero hecho del encuentro que resultan decisivas.
b) "Dime"; forma imperativa. Parece como si la madre apoyándose en su autoridad quisiera conocer la verdad, que por otra parte sospecha.
c) Esta verdad -vivir maritalmente- es dolorosa para la madre y por tanto culpabilizante para el hijo. Pero quizá no baste esta evidencia y la madre refuerza la culpa explicitando: "Si es así me causarás un gran disgusto".
Podía haber preguntado simplemente: ¿Vives con...? Pero no lo hizo.
d) La madre desea salvar su buen hacer como tal arrancando a su hijo una respuesta negativa. Y en efecto lo consigue.
e) La apariencia queda salvada, pero es a costa de las siguientes contradicciones:
1º El entorno familiar y el de la madre ha enseñado al hijo a no mentir.
2º De la misma forma le ha enseñado a ser casto.
3º Sin embargo, le pide que sacrifique la verdad para que la "tranquilidad" cotidiana permanezca. No importa el entrecruzamiento de sobreentendidos y de mensajes subliminales. El simple fonema que encierra el vocablo "no" basta.
f) La madre ha categorizado poco más o menos así:
Ante todo la primacía de lo formal. Formalmente la castidad es un valor de primer orden.
Por su parte el hijo establece una jerarquía diferente:
Lo principal sería mostrar su actual existencia, pero el miedo, miedo ante situaciones arcaicas que en la conversación no se verbalizan, acaba por prevalecer.
g) El hijo experimenta culpa-agresividad frente a la madre.
i) Cuando vuelva de nuevo a su medio habitual, momentáneamente suspendido por este encuentro, se sentirá también culpable para con su compañera por no haber sabido defender su posición ante la madre.
La familia le ha educado de forma tal que se enfrenta a unas exigencias interiorizadas incompatibles.

sábado, 28 de mayo de 2011

El hijo del brahmán.

Siddharta, el agraciado hijo del brahmán, el hijo del halcón, creció junto a su amigo Govinda al lado de la sombra de la casa, con el sol de la orilla del río, junto a las barcas, en lo umbrío del bosque de sauces y de higueras. El sol bronceaba sus hombros brillantes al borde del río, en el baño, en las abluciones sagradas, en los sacrificios religiosos. La sombra se adentraba por sus negros ojos en el boscaje de mangos, en los juegos de los niños, en el canto de su madre, en los sacrificios religiosos, en las enseñanzas de su padre y sus maestros, en la conversación de los sabios. Ya hacía mucho tiempo que Siddharta participaba en las conferencias de los sabios. Con Govinda se entrenaba en las lides de la palabra, en el arte de la contemplación, de saber ensimismarse. Ya podía pronunciar quedamente el Om, la palabra por excelencia. Había conseguido decirlo en silencio, aspirando hacia adentro; aprendió a enunciarlo calladamente, aspirando hacia afuera, concentrando su alma y con la frente envuelta en el brillo de la inteligencia. Ya sabía entender el interior de su atman, indestructible en el mundo material.
La alegría invadía el corazón de su padre al ver al hijo inteligente, con deseos de saber; observaba cómo crecía en Siddharta un gran sabio y sacerdote, un príncipe entre los brahmanes.
Una deliciosa sensación llenaba el pecho de su madre cuando lo veía andar, sentarse y levantarse. Siddharta el fuerte, el hermoso, el que caminaba sobre piernas delgadas, el que saludaba con perfectos modales.
El corazón de las hijas de los brahmanes rebosaba amor cuando Siddharta paseaba por las callejuelas de la ciudad con la frente iluminada, con mirada real, con caderas estrechas.
Pero Govinda era el que más amaba a Siddharta, su amigo, el hijo del brahmán. Sentía afecto por la mirada de Siddharta y por su cálida voz; gustaba de su manera de andar y de sus armoniosos movimientos; apreciaba todo lo que Siddharta hacía y decía. Pero lo que veneraba más era su inteligencia, sus altos pensamientos ardientes, su férrea voluntad y su vocación sublime. Govinda lo presentía: Éste no será un brahmán corriente, ni un oscuro funcionario de los sacrificios, ni un ávido comerciante de fórmulas mágicas, ni tampoco un orador vano y vacío, o un sacerdota malicioso. Sin embargo, tampoco será una mansa y estúpida oveja entre la masa del rebaño. No, tampoco él, Govinda, quería ser así, un brahmán como hay diez mil. Quería seguir a Siddharta, el amado, el maravilloso. Y si Siddharta un día se convertía en un dios, si un día entraba en el imperio de la luz, Govinda le seguiría entonces, como su amigo, su acompañante, su criado, su escudero, su sombra.
Todos querían así a Siddharta. A todos daba alegría y gozo.
No obstante, el propio Siddharta no sentía alegría ni gozo de sí mismo. Su corazón no compartía ese júbilo general cuando andaba por los caminos rosados del jardín de higueras, o se hallaba sentado a la sombra azul del bosque de la contemplación, cuando lavaba sus miembros en el diario baño propiciatorio, o hacía sacrificios entre las profundas sombras del bosque de mangos. Incesantemente se le aparecían sueños y pensamientos en que veía la corriente del río, el brillo de las estrellas nocturnas, el resplandor del sol. El ánimo se le intranquilizaba con pesadillas salidas del humo de los sacrificios, de los versos del Rig Veda, de las doctrinas de los viejos brahmanes.
Siddharta había empezado a alimentar el descontento en su interior. Comenzó por comprender que el amor de su padre, el cariño de su madre, y también el afecto de Govinda, no le harían feliz para toda la vida. No le satisfacía ni le bastaba. Había empezado a presentir que su venerable padre y los otros profesores, junto con los sabios brahmanes, ya le habían comunicado la parte más importante de su sabiduría. Adivinaba que ya habían henchido hasta la plétora el recipiente, y, sin embargo, el recipiente no se encontraba lleno. El espíritu no se hallaba satisfecho, el alma no estaba tranquila, el corazón no se sentía saciado. Las abluciones eran buenas, pero era agua; no lavaban el pecado, no curaban la sed del espíritu, no tranquilizaban el temor del corazón. Los sacrificios y la invocación de los dioses eran excelentes... Pero, ¿lo eran todo? ¿Daban los sacrificios la felicidad? ¿Y qué sucedía con los dioses? ¿Realmente era Prajapati el creador del mundo? ¿No era el atman, lo único, lo indivisible? ¿Acaso los dioses no eran unos seres creados como yo y como tú, súbditos del tiempo, pasajeros? ¿Tenía sentido, entonces, ofrecer sacrificios a los dioses? ¿A quién más se debían ofrecer sacrificios y mostrar devoción que no fuera al único, al atman? ¿Y dónde se podía encontrar el atman? ¿Dónde vivía, dónde latía su corazón eterno? ¿Dónde sino en el propio yo, en nuestro interior, en lo indestructible que cada uno lleva dentro de sí? ¿Pero dónde se hallaba este yo, este interior, este último? No es carne ni es hueso, no es pensamiento ni conciencia: así lo enseñan los grandes sabios. Entonces, ¿dónde? ¿Dónde se encontraba? ¿Existía otro camino para llegar al yo, al atman..., un camino que valía la pena buscar?
¡Pero nadie enseñaba ese camino! ¡Nadie lo conocía! ¡Ni el padre, ni los profesores y sabios, ni los sagrados ritos de los sacrificios! Todo lo sabían los brahmanes y sus libros religiosos. Lo conocían todo. Se habían preocupado de todo; lo referente a la creación del mundo, al origen de la oración, de los elementos, de la aspiración, de la espiración, a los órdenes de los sentidos, a los hechos de los dioses. Sabían infinidad de cosas. Pero, ¿tenía algún valor saber todo eso, si se desconocía al Uno, al Único, al más Importante, al únicamente importante?
Ciertamente, muchos versos de los libros sagrados, sobre todo de los Upanishads de Samaveda, hablaban de este interior y último. Maravillosos versos.
"Tu alma es el mundo entero", se leía allí.
Y escrito está que el hombre, mientras duerme, durante el sueño profundo, entra en su propio interior y vive en el atman. ¡Qué maravillosa sabiduría entrañan esos versos! Todo el conocimiento de los grandes sabios se había reunido en estas palabras mágicas, puras como la miel de las abejas. No, no se debían menospreciar los enormes conocimientos que aquí se guardaban reunidos por innumerables generaciones de sabios y penitentes, que habían logrado no sólo conocer este profundo saber, sino también vivirlo. ¿Dónde se encontraba el experto que era capaz de retener el atman desde el sueño hasta el despertar, durante la vida, con cada paso, palabra o hecho?
Siddharta conocía a muchos brahmanes venerables, sobre todo a su padre, el puro, el sabio, el más reverenciado. Su padre era digno de admiración; su comportamiento resultaba sosegado y noble, su vida era pura, su palabra sabia, los pensamientos de su frente delicados y aristocráticos. Pero él, que sabía tanto, ¿vivía en la bienaventuranza? ¿Acaso no era también uno de los que buscan siempre, sedientos? ¿No necesitaba beber continuamente en las fuentes sagradas, en los sacrificios, en los libros, en los diálogos con los brahmanes? ¿Por qué él, que era irreprochable, tenía que lavar diariamente sus pecados, esforzarse cada día en la purificación, repetirla cotidianamente? ¿No estaba el atman en él, no fluía la primera fuente de su propio corazón? ¡Era necesario poseerla! Todo lo restante era una simple búsqueda, un rodeo, un desvarío.
Tales eran los pensamientos de Siddharta. Ésa era su sed, su sufrimiento.
                                                                      
                                                                               Hermann Hesse, Siddharta.

Presentación.

¡Hola a todos! Éste es mi nuevo blog. En él espero dar rienda suelta a mi pasión por las letras y la mecanografía. Probablemente las primeras publicaciones versarán sobre temas como la antipsiquiatría, la psicología transpersonal y el freudomarxismo. Con ello espero difundir la obra de autores como Ronald D. Laing, Stanislav Grof y Wilhelm Reich así como contribuir a abrir un debate en torno a cuestiones relacionadas con la conciencia y sus posibilidades. Espero que os gusten los contenidos a publicar. También considero mi deber escribir algo acerca de mí mismo. Mi nombre es Javier González Mariscal. Nací en 1976, bajo el imperio del dragón, según el horóscopo chino. Mi padre era y es médico radiólogo y mi madre ama de casa. Nací y vivo en Sevilla, aunque he hecho algunas excursiones al extranjero. Estudié en el Colegio Aljarafe, y luego inicié estudios de filosofía. Por desgracia- o por suerte- tuve una crisis espiritual que los psiquiatras calificaron de psicosis debida al consumo de LSD. Empecé a trabajar con un tío mío electricista en una actividad concebida como labor-terapia e ingresé en el conservatorio de música para estudiar violín. Sin embargo, ya llevaba años cantando y tocando la guitarra. Tras abandonar el conservatorio, inicié estudios de educación musical. Por desgracia -o por suerte, otra vez- no pude terminarlos. En la actualidad sigo trabajando con mi tío, me dedico a la música y me intereso por los temas relacionados con la conciencia. Además, tengo en perspectiva trasladarme al extranjero, aunque aún no sé exactamente dónde.
En suma, mientras no acontezcan cambios importantes en mi vida, aquí estaré publicando acerca de temas que espero os aprovechen. Reciban todos un cordial saludo. Hasta la próxima.