lunes, 30 de mayo de 2011

Más allá de la realidad cotidiana.

Mi primera sesión con LSD-25 cambió completamente el rumbo de mi vida personal y profesional. Esa experiencia, durante la cual tropecé directamente con mi inconsciente, eclipsó de inmediato todo mi interés previo por el psicoanálisis freudiano. Ante mí se desplegó un fantástico desfile de coloridas visiones, unas abstractas y geométricas y otras plenas de significado simbólico. En esa ocasión experimenté tantas emociones y con tal intensidad que jamás antes hubiera siquiera soñado que fuera posible.
Esa primera experiencia con LSD-25 formaba parte también de un experimento que trataba de determinar el efecto de las luces destellantes en el cerebro. Acepté, pues, permanecer conectado a un electroencefalógrafo que registraba mis ondas cerebrales mientras centelleaban ante mí luces de diferentes frecuencias.
Durante esta fase del experimento me sentí sobrecogido por una luz semejante al epicentro de una explosión atómica, posiblemente la misma luz sobrenatural que aparece en el momento de la muerte de la que hablan las antiguas escrituras orientales. Esta luz me catapultó fuera de mi cuerpo y mi conciencia pareció expandirse hasta alcanzar dimensiones cósmicas y perdí toda noción del investigador, del laboratorio y de cualquier otro detalle relativo a mi vida como estudiante en Praga.
Súbitamente me encontré en medio de un drama cósmico que trascendía -con mucho- mis más descabelladas fantasías. Experimenté el Big Bang, atravesé agujeros negros y agujeros blancos ubicados en los confines del universo y mi conciencia se transformó en supernovas, pulsars, cuasars y todo tipo de fenómenos cósmicos.
No tenía la menor duda de que estaba experimentando algo muy similar a las experiencias de "conciencia cósmica" de las que hablan las grandes escrituras místicas del mundo. Los tratados de psiquiatría suelen calificar a estos estados como graves manifestaciones patológicas pero yo sabía que la experiencia no era el resultado de una psicosis inducida por la droga sino el vislumbre de un mundo que trascendía la realidad cotidiana.
Hasta en los momentos más dramáticos y contundentes de la experiencia me daba cuenta de la ironía y la paradoja de la situación. Lo divino se había manifestado en mi vida en el moderno laboratorio de un país comunista, en medio de un experimento con una sustancia sintetizada en un tubo de ensayo de un químico del siglo XX.
Salí de esta experiencia profundamente conmocionado. En esa época todavía ignoraba que cualquier ser humano tiene la posibilidad de acceder a la experiencia mística. En consecuencia, atribuí mi experiencia a los efectos de la droga. De lo que no tenía la menor duda era de que esa sustancia era "el camino real al inconsciente" y, por tanto, creí que podía salvar el abismo existente entre la brillantez teórica del psicoanálisis y su falta de eficacia terapéutica, y llegué a la conclusión de que el análisis combinado con el LSD podía profundizar, intensificar y acelerar el proceso terapéutico.
En los años siguientes comencé a trabajar en el Instituto de Investigaciones Psiquiátricas de Praga y pude dedicarme a estudiar los efectos del LSD en pacientes con diversos trastornos emocionales, en profesionales de la salud mental y en artistas, científicos y filósofos que estaban seriamente interesados en someterse a la experiencia. De este modo, la investigación profundizó mi comprensión sobre el psiquismo humano, aumentó mi creatividad y facilitó el proceso de solución de problemas.
Durante la primera fase de mi investigación, la exposición cotidiana a experiencias que resultaban inexplicables según mi viejo sistema de creencias fue socavando lentamente mi antigua visión del mundo y la contundente influencia de la experiencia fue transformando gradualmente mi visión atea del mundo en una actitud profundamente mística. De este modo, el examen minucioso de los datos de la investigación iba consolidando poco a poco los atisbos que había vislumbrado en mi propia experiencia de conciencia cósmica.
Las sesiones de psicoterapia asistida con LSD me permitieron advertir la presencia de una pauta sumamente singular. Con dosis medias o bajas los sujetos se limitaban a revivir las experiencias de su infancia y de su adolescencia. Sin embargo, cuando la dosis aumentaba o la sesión se repetía, todos los pacientes iban más allá del dominio biográfico propio del psicoanálisis freudiano y experimentaban fenómenos notablemente similares a los descritos en los antiguos textos espirituales de las tradiciones orientales. Esta situación resultaba particularmente curiosa porque la mayor parte de los sujetos carecía de todo conocimiento previo sobre las filosofías espirituales orientales y yo no les había anticipado, en modo alguno, que la experiencia podía facilitarles la posibilidad de acceder a tales dominios.
Mis clientes experimentaban la muerte y el renacimiento psicológico, la unidad con toda la humanidad, la naturaleza y el cosmos. Hablaban de visiones de deidades y demonios y visitaban reinos mitológicos procedentes de culturas diferentes a la suya. Algunos decían haber experimentado "vidas pasadas" cuya exactitud histórica fue confirmada posteriormente. En las sesiones más profundas veían personas, lugares y objetos con los que jamás podían haber estado en contacto, es decir, tenían ciertas experiencias que nunca antes habían leído, visto o escuchado.
Esta investigación fue una fuente inagotable de sorpresas. Yo había estudiado religiones comparadas y tenía cierto conocimiento intelectual de este tipo de experiencias. Sin embargo, jamás hubiera sospechado que los antiguos sistemas espirituales dispusieran de una cartografía tan desconcertantemente exacta de los diferentes niveles y tipos de experiencias que se manifiestan en los estados no ordinarios de conciencia. Estaba maravillado por su contundencia, por su autenticidad y por su capacidad para transformar la visión que las personas tenían sobre su vida. Hablando francamente, eran tiempos en los que me sentía incómodo y temía enfrentarme a hechos para los cuales carecía de explicación racional y que socavaban mi sistema de creencias y mi visión científica del mundo.
Pero a medida que iba familiarizándome con las experiencias, fui aceptando también que todo lo que ocurría eran manifestaciones normales y naturales de las regiones más profundas del psiquismo humano. Cuando el proceso trascendía el material biográfico procedente de la infancia y de la adolescencia y las experiencias comenzaban a penetrar en los dominios más profundos del psiquismo humano -con todos sus matices místicos- sus consecuencias terapéuticas excedían con mucho lo que yo conocía. En tales casos, síntomas que habían resistido meses, e incluso años, a otros tratamientos se desvanecían poco después de que los pacientes atravesaran una experiencia tal como la muerte y el renacimiento psicológico, una visión arquetípica o una secuencia de lo que ellos mismos describían como recuerdos de vidas anteriores.

                                                            Stanislav Grof, La mente holotrópica.

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