sábado, 18 de junio de 2011

La Masvida, XVIII.

A la noche nos encontramos en el bar de Clara a Elisa y Malena con los dos ejecutivos. Habían pedido champán y parecían muy animados. Nos invitaron a sentarnos con ellos y eso hicimos. Ramiro tuvo una charla con Luis y conmigo en que nos declaró que estaba en trámite de separación de su mujer. Que le interesaba la pintura y pintaba él mismo: "Sólo tintas planas, cliossonées, como esmaltes en tabiques negros. Una mezcla de Mondrian y Paul Klee..." Luis y él siguieron hablando de pintura, mientras Elisa bromeaba con Juan Carlos. En un momento dado, los dos tipos dijeron que querían probar el haschisch. Elisa dijo que eso estaba hecho. Sobre las doce vendría un taxi-driver que ella conocía y que se lo podía pasar.
Efectivamente, cerca de la medianoche bajamos al patio y vimos a Antonio, el taxista, en un grupo. Malena estaba bastante borracha y sólo hablaba incoherencias. También lanzaba sarcasmos contra Luis que quería abandonarla: "Yo nunca he sido tuya, cariño...".
Elisa se adelantó para hablar con Antonio. Este, que había visto a Ramiro y Juan Carlos, tenía una mirada algo torva, alentada también por el reflejo mate del morado del haschisch.
Cuando hubieron cuchicheado un rato nos llamó. Elisa le presentó a los ejecutivos como dos amigos de confianza que querían comprar costo: "Pero nada de mierda. Gomita de primera. Doble cero". El otro preguntó cuánto. Los ejecutivos no sabían. Miraron a Elisa: "Para unos cuatro o cinco canutitos, colega". "Bien", dijo Antonio, "pongamos diez gramos, a quinientas el gramo, son cinco mil pesetas. Entremos en mi coche". Salimos afuera, donde el taxi estaba aparcado y entraron en él Antonio, Elisa y los dos tipos. Allí dentro, antonio sacó la mercancía, escondida bajo el asiento, y la balanza de precisión.
Mientras ellos se enrollaban dentro del coche, Malena, que tenía un brillo en los ojos tan cortante como el filo de una navaja, reparó en alguien: Ricardo, un chico con el que había tenido una tormentosa relación de apenas uno o dos meses, habiéndose llevado a vivir con ellos a Santiago, que les proporcionaba la droga, estaba tranquilo y pasaba de meterse en los líos de la pareja. Pero de vez en cuando le daba la locura (hacía poco que se había arrojado por una ventana, afortunadamente sin graves consecuencias) y entonces, uniendo su histeria a la de Malena, más las drogas, hacían la vida imposible al pobre Ricardo, que volvía cansado de trabajar toda la mañana en un banco. Al fin, decidió echarlos a ambos de casa y eso fue, en parte, lo que provocó el odio intenso que le tenía Malena.
Nada más verlo, ésta, afilando su mirada, contoneándose, con el bolso alzado como un arma, se dirigió a él que la vió venir con mirada tranquila e irónica. Malena comenzó a insultarlo a gritos: "Maricón. Tú no eres un hombre... bla, bla, bla..." Ricardo parecía divertido y remedaba, exagerándolos, los movimientos de arpía y el habla ordinaria de Malena. Pero ella siguió gritando cada vez más fuerte y entonces el otro, con aparente tranquilidad, le dió una bofetada en la mejilla que la tiró al suelo. Malena se levantó, desgreñada, llena de ira, e iba a dirigirse a Ricardo para sacarle los ojos con las uñas cuando se interpuso Elisa que había oído el escándalo desde el coche. Sujetó a Malena y la apartó del otro, dándole un empellón, mientras le decía: "Sos estúpida, Malena". Ricardo volvió las espaldas sin perder su sonrisa irónica y Elisa llevó a Malena al coche. Así acabó el incidente, que se repetía cada vez que Malena encontraba a Ricardo, fuese donde fuese, en un bar o en medio de la calle.
Nos reunimos con Antonio y los dos tipos madrileños que ya habían comprado el tate. Se notaba a la legua que el taxista estaba celoso. Aunque Elisa se lo pidió, no quiso acompañarnos. Volvimos al bar de Clara y en la puerta, junto a la balconada de madera, nos hicimos unos canutos. Cuando entrábamos al bar vimos a Joselito Cáceres, el poeta, completamente borracho, que se dirigía a la puerta, lanzando de cuando en cuando hacia la barra insultos y palabras de amenaza. Clara nos contó luego que había intentado propasarse con su hija de dieciocho años y lo acababa de expulsar del local.
Nos sentamos. Elisa hablaba con Ramiro y parecía que el chocolate les había llevado a más intimidad. Se tocaban, acercaban sus cabezas, reían juntos... Malena, ya calmada, también se prestaba al acoso de Juan Carlos, aunque con menos entusiasmo.
Luis y yo comprendimos que estábamos de más y nos largamos. Encontramos a Juan Antonio, un excelente tipo, vestido todo de negro y plata, con grandes ojeras y el pelo cayéndole a ambos lados del rostro, casi hasta los hombros. Nos invitó a tomar un té con haschisch en su casa y a fumar unos canutos de maría. Vivía en el Recreo, un bulevar con plátanos y fuentes que había sido en tiempos pasados el paseo elegante de la ciudad; pero ahora, por una de esas vueltas del destino, se había convertido en el Barrio Chino. Yonkis, camellos, chulos, prostitutas, travestis, se podían ver como sombras escurriéndose entre los árboles del paseo. Pasamos cerca de un grupo y uno que parecía ser un travesti, nos llamó siseando: "Siit ¿Queréis ver?..." Se abrió una especie de túnica que llevaba y nos mostró los pechos y el vientre. Seguimos adelante. Al llegar a su casa, Juan Antonio nos preparó el té con haschisch y sacó una bolsa de ante negro llena de hojas secadas de maría. Nos puso música para piano de Chopin, nos tendimos cómodamente en su sofá y nos relajamos.
Juan Antonio nos habló, mientras tomábamos el té, de su vida. Había estado el año pasado en Barcelona y allí encontró trabajo, junto con Javier, su novio de entonces, como chico de alterne en un local nocturno para gays: "Hice amistad con un señor que se sentaba conmigo todas las noches. El pedía champán. Yo, cuando ya lo había bebido demasiado, le encargaba al camarero un trago largo de lo mío: té frío con hielo. Me confesó lo que le atormentaba: estaba enamorado de su hijo mayor y decía que yo le recordaba a él."
Tomamos el té y empezamos con la maría. Una dulce languidez nos iba invadiendo a los tres. Juan Antonio puso música de Edith Piaf y tangos de Gardel. Luego un disco de Concha Piquer y cuando estábamos rendidos de cansancio nos propuso quedarnos a dormir allí. Sólo había un sofá y una enorme cama de matrimonio, de estilo rococó-merengue, que ocupaba casi toda la alcoba.
Luis prefirió quedarse en el sofá, con una manta. Juan Antonio y yo nos metimos en la cama Luis XV. Antes de dormir tuvimos un rato de charla. Me dijo: "Siempre andas detrás de Luis que, en realidad, nunca te querrá como tú quieres. Debes valorarte más y no comerte el coco con amores imposibles. Además, pasa de intentarlo con heterosexuales. No merecen la pena". Su voz sonaba triste y a la vez algo cínica, como si estuviera desengañado... Nos abrazamos y nos dormimos.

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