martes, 14 de junio de 2011

La Masvida, XIV.

Al día siguiente, acompñé a Luis a casa de sus viejos. Allí conocí a su padre, que era veterinario y trabajaba en una empresa. Me dió la mano, mirándome a los ojos. Luis me presentó como su mejor amigo. La madre, de la que Luis decía: "Es una adicta al Diazepam". Sus dos hermanas, menores que él, dos muchachas risueñas y amables. La madre me invitó a comer y comimos unos escalopes con verdura, amorosamente preparados. Luego charlamos un poco en el salón, con una copa de coñac que nos ofreció el padre. Me preguntó qué hacía. Le dije que me estaba preparando para encontrar un trabajo. También me habló, con cariñosas reconvenciones, de Luis, que callaba sin asentir. Pensaba que su hijo tenía vocación artística. Quería ser pintor, pero para ello había que prepararse, ir a la Facultad de Bellas Artes, estudiar, etc. Luis protestaba diciendo que no necesitaba para nada lo que enseñaban en Bellas Artes, que quería ser autodidacta y conservar su espontaneidad.
Salimos, después de despedirnos de la familia, a dar un paseo, Luis y yo, por un parque cercano. Me habló de sus deudos con una inevitable mezcla de cariño y rechazo. Quedamos en que la próxima semana, que se celebraba la Semana Santa, viajaríamos a las Calas de Riofrío, una playa de difícil acceso, entre farallones, con escondidas calas donde se practicaba el nudismo. Después, hablamos de amores. Luis le había dicho a su padre, muy serio:
"Papá, ya he dejado a Malena". Y el padre: "Muy bien, hijo, muy bien". A mí me dijo: "Andaba tras Malena, pero en realidad presintiendo a Carmen". Había puesto sus ojos en la pequeña y dura Carmen.

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